- Tania Tejero Molina
No te enfades, que te pones fe@

El enfado. Emoción desagradable y poco permitida. Bajo la justificación de lo desagradable de su expresión, con mucha frecuencia la reprimimos. Pero, ¿es posible vivir sin enfadarse? ¿Produce bienestar esa represión?
El enfado tiene su funcionalidad, ¿por qué si no las personas estaríamos dotadas de un sistema fisiológico con tal reacción? Nos indica que algo está ocurriendo, algo que merece la pena atender. Entre sus utilidades está la de darse cuenta, por ejemplo, de que alguien está comportándose de una manera desagradable para nosotr@s, sin respeto. Y mejor aún, como cualquier emoción, en palabras de Daniel Goleman, nos predispone a la acción: siguiendo con el ejemplo, a poner límites.
Su funcionalidad no justifica abrir la veda a enfadarse cada vez que algo no está al gusto propio. Respecto a esto, Freud comentaba la obligación a imponer normas para contener las emociones desbordantes, a la que la sociedad se vio obligada. Aunque por controlar aquello que se desborda no podemos posicionarnos en el polo opuesto y atenazarlo, sino más bien entender que algo ocurre y que, una vez generada esa energía en el cuerpo y activo todo el torrente químico lo mejor que podemos hacer es facilitar un canal.
Tanto para nosotr@s como adultos, como para los niñ@s de cuya gestión emocional somos responsables, hay diversas formas no destructivas. Se puede, por ejemplo, buscar un lugar íntimo en que uno pueda dar un gran grito. Expresándolo, dejamos espacio para otra emoción.

Del mismo modo que los vulcanólogos no se dedican a tapar un volcán para que su lava no salga al exterior, nosotros no podemos constreñir nuestra emocionalidad. Una vez, un sabio terapeuta me dijo que “hasta que no aprendiéramos a no generar esa energía destructiva, tendríamos que buscar un modo de externalizarla no dañino”.
En la cumbre del desarrollo personal está la capacidad de comprender y ser conscientes de lo que está ocurriendo, entender que no podemos controlar todo cuanto sucede a nuestro alrededor, sino más bien observarlo y aprender de ello, antes de que el magma comience a crearse en nuestro interior. Aunque a la vez que aprendemos a no generarlo, podemos ir aprendiendo a exteriorizarlo de modo funcional.