- Tania Tejero Molina
¿Qué pasa con mi atención (y demás procesos cognitivos) en situación de confinamiento?

Me motiva a este escrito la alarma que expresó mi madre al comprobar que, uno de estos tantos días, no podía hacer con normalidad unos ejercicios relativamente simples de “entrenamiento mental”. Se asustó al notar que su tiempo de reacción había crecido y que le costaba hallar la respuesta correcta. Me sentí identificada. Yo misma percibí mi capacidad de concentración mermada cuando me dispuse a leer un libro que llevaba meses en mi estantería. Solo atendí a mi pensamiento lógico: “si ahora estoy más tiempo en casa, puedo dedicarme a leer aquellos libros para los que antes no tenía tiempo”. Sin embargo, no solo pensamos. También sentimos.
Otras partes de mi ser, inmerso contextualmente en la realidad de la situación que atravesamos, tenían las miras puestas en otro lugar: “hay un virus que atenta contra mi seguridad física y yo me encuentro, por suerte, en casa. Aquí estoy segura, aunque hay personas que se exponen para salvar a otras, a otras que se encuentran en situaciones vitales muy complejas…”.
Emocionalmente, en la situación que transitamos, es muy posible que aparezca miedo, ya que el miedo nos mueve a protegernos. ¿Es inadaptativo? No en su totalidad. ayuda a que estemos alerta y tomemos las medidas de precaución necesarias y no seamos imprudentes. Es totalmente normal sentir miedo ante la posibilidad de enfermar o que enfermen otr@s a quienes queremos. Empieza a no serlo cuando crece y comienza a no ceñirse a la realidad, cuando la mente se centra en posibles circunstancias futuras que aún no han tenido lugar. También es muy posible que aparezca enfado e irritabilidad cuando centramos nuestra atención en “lo que no podemos hacer” o no podemos hacer aquello que deseamos. Dando un pasito más, posiblemente tras el enfado se esconda la tristeza, indicativa de que comenzamos a aceptar la realidad que se nos presenta, pues esta emoción está destinada a procesar e integrar pérdidas. Como poco y en el mejor de los casos, hemos perdido nuestra rutina, la posibilidad de besar y abrazar a quienes queremos, la posibilidad de desplazarnos libremente a nuestros sitios favoritos, incluso a los no tan favoritos. En el peor de los casos, ha podido tener lugar una tristísima pérdida.
En términos intelectuales, emocionalmente frívolos, aunque para nada desdeñables, se sabe que hay una disminución en la eficacia con que nos enfrentamos a tareas cognitivas (leer, estudiar, etc.) cuando sentimos miedo, enfado o tristeza (Mariano Chóliz, 2005; Psicología de la emoción: el proceso emocional).
Nuestros recursos, aunque nos empeñemos en destinarlos a actividades placenteras, no sólo estarán en las mismas. Del párrafo anterior, se concluye que, si nos encargamos de gestionar todo ese torrente emocional, no podremos estar simplemente leyendo un libro, sin más. Parece claro que existencialmente tenemos una tarea de mayor calado. Temer para poder protegernos, enfadarnos para no aceptar aquello para lo que aún no estamos preparados interiormente, entristecernos para poder aceptar e integrar la realidad individual y colectiva. Si no me puedo concentrar, necesitaré mirar más abajo, más profundo, para averiguar qué me está ocurriendo. Entonces, para, respira, escúchate y atiéndete. Cuenta lo que te pasa en una conversación, escríbelo en un diario, permítete expresar tus emociones, dibuja lo que te pasa o date ese espacio para sentir mientras escuchas una canción, como sea, dedica algo de tiempo a atenderte. Quizás después alcancemos a vernos inmers@s en alguna tarea de manera plena y satisfactoria, quizás ese mismo momento se convierta en algo placentero en sí mismo. O quizás no. Miremos la realidad de dentro, intentemos no distraernos de ella.
En todo caso, ánimo y cariño para quienes lloramos y aceptamos esta nueva realidad.
Paciencia y amor más sentidos para los corazones que lloran ausencias desgarradoras.
#envejecimientosaludable #neuropsicología #entrenamientoatención #neurohabilis #estimulacióncognitiva #gestiónemocional