Virginia Ortega Alcaraz
A l@s grandes corazones de pequeña altura I Respeto, amor y confianza.
Hace más de dos mil años, Aristótes dijo “educar la mente sin educar el corazón, no es educación”. Gracias a los descubrimientos de la neurociencia de las emociones, que se desarrollan desde 1990 en adelante, hoy sabemos que el desarrollo emocional forma parte de la arquitectura del cerebro de l@s niñ@s y es moldeado por el ambiente en el que crecen, siendo particularmente significativos las relaciones que mantienen con sus cuidadores y otr@s adult@s. Es importante que mapadres y educadores acompañen las emociones del niño/a tan pronto como sea posible, para un sano desarrollo emocional. Si bien es debido decir que, esto solo es posible cuando el adult@ es capaz de establecer conexión con su mundo emocional, estar en profunda sintonía con su propia interioridad. Así es que, ineludiblemente es deber/responsabilidad de l@s adult@s el desarrollo de su consciencia emocional para que l@s niñ@s tengan su debido derecho a un crecimiento emocional sano.
De corazón a corazón.

Quizá, y posiblemente la única manera que tenemos para acercarnos a esos grandes corazones sea hablando el idioma que su corazón necesita: a través de nuestro corazón, con sensibilidad, bondad y belleza, cuidando el verdadero tesoro que son ellos y sus sentimientos. Cómo ya sabemos, no comprenden lo que les explicamos con su inteligencia cognitiva, pero su inteligencia emocional y afectiva les permite captar lo más importante; pueden no entender las palabras que utilizas, pero sí que registran la música que las acompañan. Así es que es posible transmitirles que los amamos y respetamos, que cuidamos todo su ser, que estamos a su lado, que pueden sentirse seguros, que pueden crecer tranquil@s y confiad@s. Atender las necesidades emocionales de l@s niñ@s constituye la base de la socialización, el altruismo y las relaciones positivas con l@s otr@s. Amar a l@s niñ@s y procurar su salud integral comporta necesariamente cuidar su salud emocional. Es un derecho que les tenemos que garantizar l@s adult@s y solo podremos hacerlo desde nuestra propia lucidez y sensibilidad emocional. Para un crecimiento emocional sano: Respeto, amor y confianza.
❖ Persona que piensa y siente
El peso que hemos dado a la razón y al pensamiento durante siglos nos lleva a desatender o desestimar el sentir, y la verdad es que somos seres racionales y emocionales a la vez. Esto conlleva dedicar el mismo esfuerzo a enseñar a razonar, reflexionar y pensar críticamente, como a enseñar a sentir, contactar con las emociones, validarlas y expresarlas. Las emociones han de ser reconocidas, tenidas en cuenta y habladas. Hacerlas explícitas ayudará a comprenderse mejor. Como dice Laura Gutman, para que l@s niñ@s puedan construir un esqueleto emocional sólido es necesario sincronizar (poner palabras) a lo que sucede en el exterior y las emociones y sensaciones de lo que se experimenta dentro del niñ@. Si no, tendremos niñ@s desconectad@s y afectivamente frágiles, con severas dificultades para navegar en el mar de emociones que es la vida.
❖ Respeto por lo que piensa y siente
Respetar lo que piensa y siente es, en primera instancia conceder libertad para pensar y sentir lo que quiera. Pero además, importante es prestar atención y consideración a lo que siente y piensa y, sobre todo, hacia lo que origina lo que siente y piensa. Toda manera de pensar y sentir solo puede ser modificada o transformada –si hace falta– desde la mirada comprensiva y el respeto profundo a las circunstancias que la han originado.
❖ Amor incondicional
L@s niñ@s tienen derecho al amor incondicional, es decir, a ser amad@s por el único hecho de existir, y NO puede depender de lo que hacen o no hacen “bien”, de sus cualidades o limitaciones, sus logros o fracasos, si cumplen o no nuestras expectativas: no son un proyecto de vida. Si no hacemos visible esto, es posible que el niño/a crezca no sintiéndose dign@ de amor, si no cumple con ciertos “prerrequisitos” para merecerlo, lo que marcará su vivir.

❖ Ser considerado emocionalmente capaz.
Con la intención amorosa de protegerlos, les ocultamos situaciones que puedan generar emociones difíciles, mandamos un mensaje implícito de “eres incapaz de soportarlo” y la nuestra desconfianza a su capacidad de la mano. Hacemos más grande y temible la adversidad y a ell@s más pequeñ@s e indefens@s para enfrentarla. Es así como contribuimos a la necedad emocional. Negamos la oportunidad de construir fortaleza interior a través del sano y necesario contacto con el dolor, dejándolos así desprotegidos ante el futuro. Puede que tu propio miedo a sentir el dolor de ver a tu hijo/a sintiendo tristeza o dolor sea precisamente la causa que te lleve a esconderle y, para tu propio auto-convencimiento, das por supuesto que son débiles emocionalmente
❖ Confianza adulta
Decía Edgar Allan Poe que la infancia conoce el corazón humano, y Cecilia Martí en “Por amor a mi familia” que a l@s niñ@s se les puede decir casi cualquier cosa –aunque no de cualquier manera– desde que nacen. Si podemos soportar que experimenten momentos de tristeza, frustración, impotencia, irritación y otras emociones difíciles, absolutamente naturales, continuarán con su inherente capacidad para sentirlas y expresarlas, no desarrollando un miedo a sentir lo que puede parecer “difícil”; posterior motivo de represión e inhibición de éstas y desencadenante aparición de enfermedades somáticas. Es debido y por supuesto, que ante las situaciones ingratas o dolorosas, nuestra mirada a los niños/as tiene que ser amorosa y confiada. La confianza del adult@ es el mejor nutriente para un buen crecimiento. Es la esencia para hacer brillar la interior sensibilidad, nobleza y bondad de un niño/a.
Conclusión
Un mundo más humano solo será posible si l@s adult@s aprendemos a mirar el corazón de l@s niñ@s desde el propio corazón. Así, l@s niñ@s podrán hacer lo mismo con otr@s niñ@s cuando sean adult@s y la humanidad entera crecerá en humanidad. Encaminarse hacia la belleza, bondad, sensibilidad, respeto, confianza, amor. Abramos bien los ojos de dentro, poner luz y claridad, para hacer resplandecer el tesoro que espera ser descubierto en cada niño y niña.