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  • Foto del escritorRaquel Yébenes Bahana

ACTO I: Diario de un patio interior.

Primera escena


A la entrada, una reja da a un pequeño patio de luces.

Desde el agujero que forman las paredes de las viviendas, entra la luz, y deja ver la gran cantidad de plantas verdes y flores que lo adornan, sus paredes son de azulejos y cuelgan flores y maceteros de las ventanas. Parece el típico patio andaluz, pero un poco más oscuro; la luz entra desde arriba, desde lo lejos, cuando llega abajo ya no es brillante. Las ventanas que dan al patio tienen rejas, que hacen unos dibujos curiosos. Es peculiar, me sigue resultando un poco oscuro aunque llega la suficiente luz para que las plantas crezcan.

En este patio habitan varios personajes.

Cada uno con su voz, cada uno con su historia.


Hoy en especial escucho y veo a una niña. Es pequeñita y morena, con el pelo por encima del hombro y flequillo, tiene los mofletes redondos y lagrimas en los ojos. Esta en un rincón como si quisiera esconderse, lo único que la escucho decir entre sollozos es:

- ¡No puedo, no puedo! No me dejes sola.


En frente, en la otra esquina del patio veo a una adolescente vestida de negro, su ropa es ancha, como si quisiera esconderse dentro, unas cadenas cuelgan de su pantalón, un mechón azul de su cabello. Tiene un bloc de notas y varios lápices, parece estar inmersa en algo que no es lo suficientemente especial para ser admirado. A sus pies hay un montón enorme de hojas rota. Solo la escucho decir:

- ¡Eso no es suficiente! ¡No puedo!


Justo en frente y entre la pequeña y la adolescente, hay una mujer adulta que mira por una ventana. Lo único que hace es gritar a las otras dos, tiene el pelo un poco estropajo y su cara denota amargura y dolor. Solo la escucho decir:

- ¡shhh! ¡Calla ya, que pesada! ¿¿¡¡así quién te va a querer!!?? ¡¡Os quedáis to’ solas!!


Siento que se me encoje el estomago al escucharla gritar con esa rabia, con esa crueldad. Les grita tanto a la pequeña como a la adolescente. Las humilla, por su confusión e inseguridad. Mirándola desde aquí, lo entiendo, mientras las humilla no siente su propio dolor y ahí sigue. Con su pelo estropajo y su cara color amargura.

Ella grita, las demás lloran. Con tanta fuerza que parece el comienzo de una película dramática.


Entre todo este jaleo, de repente, una mujer adulta de unos 30 años abre la puerta. Siento que me resulta familiar, por como entra parece la dueña de este “patio”. Se va directamente hacia la niña pequeña, veo que se agacha para ponerse a su altura. Se acerca con ternura y la apoya en su regazo, la acaricia como si fuera de cristal y le susurra al oído:

- Hola pequeña, siento haber tardado tanto, pero ya estoy aquí, he venido para protegerte y cuidarte. Te veo, te quiero y no te dejare sola.


Con ella cogida de la mano se levanta y se acerca a la adolescente. Le dice con una calma familiar:

- Quiero pedirte que te desvistas.


La adolescente se quita las cadenas, descuelga de su pelo ese mechón azul y se despoja de su ropa ancha. Se queda en ropa interior, me sorprende, pero mira a la mujer y a la niña con curiosidad y con una extraña calma, como si no fuera tan raro esto que le piden. Como si las conociera. Veo como esta mujer joven coge la mano de la adolescente y se la acerca al pecho de esta. Con sus manos unidas sobre el corazón, se acerca a su oído y le susurra:

-¿Escuchas este latido? La sangre y la vida que laten en ti ya son suficiente, no necesitas ninguna de estas cosas de las que te he despojado. Te veo, te quiero.

Veo como le sonríe. Las tres caminan unidas por sus manos. Desde lejos me parecen similares, se parecen.

Me sorprende pero se acercan a la ventana de la “mujer estropajo”. Ella todavía sigue gritando. Me doy cuenta de que esta joven mujer que parece dirigir el “patio” respira profundo varias veces, antes de mirar a la “mujer estropajo”. Veo como aprieta con fuerza las manos que sujeta, que son las mismas que en este momento parecen sostenerla a ella. Incluso esta joven mujer parece temer la cruel humillación de este personaje. Después de unos minutos, que a mí me parecieron eternos, me imagino que a ella más. La joven mujer se decide a levantar la voz. Me sorprende lo firme que suena. La escucho decir en voz alta y solemne:

- Amiga. Vemos tu soberbia, tu orgullo. Vemos tu narcisismo. Tu crueldad es igual a tu amargura. Conocemos y vemos tu dolor. Somos tu herida. Te vemos, te queremos y nos quedamos.


La “mujer estropajo” rompió a llorar…. Por primera vez en mucho tiempo, en ese patio se hizo el silencio y de manera curiosa el angustioso ruido desapareció.


A veces se nos olvida que este patio no es tan lejano, ni tan extraño. Este patio se parece a muchos de los diálogos que se dan en nuestro mundo interno. Los seres humanos nos constituimos con lo que percibimos, sentimos. Con lo que experimentamos. Nuestras vivencias más tempranas. Es decir, que vivimos, como nos hablaron, como nos trataron y un largo etc. constituye nuestras voces internas en la etapa adulta. En la infancia, cuando nuestro desarrollo no es completo, el “ser” es muy frágil. Nuestra mente aun no puede comprender ni filtrar. Por lo tanto todos llegamos a la etapa adulta con más o menos heridas. Pero es en esta etapa de nuestra vida, donde el desarrollo psicológico y la experiencia nos dan la oportunidad de repararnos. Tenemos la capacidad natural de crear ese dialogo interno, que nos de las llaves del patio para entrar a poner orden y sosiego.


Para repararnos lo principal es poder mirar estos diálogos internos, que esconden el dolor vivido y las experiencias no comprendidas. Tornándose dañinos, acercándonos a ese discurso de la “mujer estropajo”. Poner luz a estos escenarios oscuros, es poner luz a las heridas con las que caminamos en la vida adulta. Solo mirando ahí podemos reescribirlo y dirigirlo.

Re-construirnos desde la comprensión de nuestras heridas para poder ser ese adulto completo. Capaz de entrar en su mundo interno para gestionar con compasión y respeto ese patio tan peculiar de cada uno. Ese patio que tantas veces se desborda y nos provoca sufrimiento. El proceso terapéutico, el camino hacia el autoconocimiento. Es el único lugar que encuentro para esta responsable, necesaria y sana construcción de nuestro ser.


Cuando el patio grite, cuando se altere, cuando sufra. Recuerda que es tu responsabilidad apaciguarlo y dirigirlo.





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