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  • Foto del escritorLola López Rosell

Cuerpos, alimentación y género.

Estoy sentada frente a Rocío. Tiene 17 años y me está hablando sobre las caretas de las personas adultas. Lo harta que está de escuchar lo que tiene que hacer mientras el resto no para de cagarla:

"tienes que adelgazar"

"Si quieres seguir por ese camino el físico es muy importante"

"Comes fatal, solo guarrerías"

"Ya te cambiará el metabolismo y te pondrás como un vaca"

"A los hombres no les gustan las gordas"

"¿Otra vez comiendo?"

¿Y tú qué necesitas Rocío?

No sé. Pienso que tienen razón pero ya no puedo hacer más. He perdido 15 kilos. No ceno. Estoy a dieta. Pero si soy gorda pues soy gorda.

Escucho el dolor y la rabia. La legitimación del mal trato. Observo la separación entre mente y cuerpo. El triunfo de los mandatos de género sobre la experiencia dactilar.

Un cuerpo normativo en las mujeres es sinónimo de valor, aspiración generalizada, pues nos han contado de muchas formas que es el camino para conseguir reconocimiento y amor. Tenemos miles de ejemplos en la tele de los cuerpos deseados, filtros en redes, opiniones constantes sobre los cuerpos, cremas reductoras, antiarrugas, productos O% y miles de dietas Detox.

Socializamos a las mujeres para ser miradas, convirtiendo el cuerpo en un medio a controlar. Abocándonos a ocupar poco espacio, a desconectar del deseo propio y reconocerse a través del deseo de otros, a creer que comer es solamente meter comida en la boca.

Comer es mucho más que eso, en nuestra cultura contactamos alrededor de una mesa. Se forjan amistades, se reencuentran las familias, se vela a quienes se marchan. Se soplan velas. Cuidamos con comida cuando alguien enferma. Se celebra el amor y la vida en torno a unas migas, un puchero o unos churros con chocolate.

Los trastornos de alimentación en muchas ocasiones pasan desapercibidos pues está normalizado sentirse mal con el propio cuerpo, y realizar conductas de privación, pincharse, medicarse o compensar con ejercicio son recomendaciones profesionales y están asociadas a la salud.


Este control de los cuerpos sin contar con los cuerpos, ni con el contexto en el que nos vinculamos genera mucho sufrimiento, hiperreflexibidad, conductas control, aislamiento, evitación y rigidez psicológica. Rocío es un ejemplo de muchísimas. María piensa que debería operarse para reducir la largura de sus piernas porque es demasiado alta. Berta dice que nunca le ha gustado a nadie por su peso. Ana cancela planes porque no se ve bien con nada de su armario. Y Ainara viste ancho porque no quiere que se note que está demasiado delgada.

Si seguimos asociando el valor de las mujeres a lo deseables que sean, creyendo que la delgadez es salud, normalizando estar a dieta como forma de vida y nos centramos en si se tiene baja autoestima o falta de confianza, estamos haciendo creer a las personas que el problema lo tienen ellas y no el contexto que propicia y mantiene dichas conductas.

Decía Naomi Woolf que "Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres, sino con su obediencia. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres; una población tranquilamente loca es una población dócil”.

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