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  • Foto del escritorTania Tejero Molina

La nube azul

Un relato sobre la tristeza y el duelo infantil


Anastasia era una niña con hermosos y brillantes ojos verdes, con 6 añitos.

Vivía con mamá, papá y su perrito, Thor. Lo que más le gustaba era jugar en el jardín los días soleados.


No le gustaban nada de nada los días de lluvia: el jardín se embarraba, el sol no brillaba arriba y no se reflejaba luminoso en las ventanas de casa, caía tanta agua que era imposible jugar, se metía en los ojos e impedía ver. Nadie se atrevía a venir a su jardín cuando los días son así. ¡Qué poco le gustaba la lluvia! Era tal rechazo el que le provocaba, que preguntaba a su madre y a su padre por el tiempo todo el rato, todos los días, varias veces… cruzando los dedos y esperando que nunca le digan “la mujer del tiempo ha dicho que lloverá”. De lo contrario, se disgustaba mucho.

Como suele ocurrir en la vida, lo que tiene que ocurrir, ocurre, y las cosas de la naturaleza ya sabemos que no las controlamos, así que un día comenzó a llover y estuvo así el tiempo durante casi una semana entera. Anastasia, contenta, lo que se dice contenta, no estaba. Imaginad…todo el día disgustada, enfadada, protestando, dando pisotones, golpes al cerrar las puertas, con las cejas arrugaditas y los puños apretados casi todo el tiempo. No contaba historias divertidas, no jugaba ni dentro de casa, ni fuera, no quería ver a nadie, casi ni ir al colegio. No hablemos de hacer los deberes, ¡0 ganas!


Cuando parecía que la cosa no iría a peor… también ocurrió. Lo que pasó fue que, un día, una nubecita azul se coló en casa. Anastasia se disgustó aún más y se dispuso a correr de ella. Más se enfadó cuando vio que la perseguía a todas partes...parecía su sombra. Le llovía todo el rato encima. Iba con ella en su hora del baño, a la hora de comer, mientras hacía los deberes, incluso mientras dormía se quedaba allí encima de su cabecita.


Volvían los días soleados en la calle y allí estaba la nube. Intentaba olvidar que allí estaba: leía, hablaba, corría, y cada vez debía hacer todo eso más rápido y más fuerte para no darse cuenta de que allí estaba. Intentó olvidarse de ella y no mirarla y, muy al contrario de lo que esperaba, creció y se hizo grande. Ahora se sentía angustiada, hacia todo sin pensar y le costaba atender a lo que le decían. No podía escapar de esa sensación de prisa. Le preguntaban "¿por qué corres, Anastasia?". Y no sabía que decir. L@s adultos estaban confusos, le regañaban por moverse así, por hablar así, por correr, por no atender, por suspender exámenes, por no respetar el turno de palabra, pero ella no sabía que otra cosa hacer... Parecía que todos quisieran que volviera a ser como antes, ¡Pues anda que ella! No le gustaba nada vivir así.


Un día, se coló en casa un rayo de sol. Curioso por el acelerado hacer de Anastasia, el rayito de sol comenzó a perseguirla también. En añadidura, también hablaba y hacía muchas preguntas…

¿Cómo te llamas? ¿Y tu madre? ¿Y tu padre? ¿Tienes hermanxs? ¿Y mascotas? ¿Por qué vives aquí? ¿Te gusta? ¿Cuál es tu cole? ¿Y quiénes son tus amigxs? ¿Cuál es tu comida favorita?


En esta nueva situación, Anastasia estaba extrañada más que disgustada…nadie le había hecho nunca tantas preguntas. Muy despacito, las iba contestando, las que sabía… Tanta confianza cogió con el rayito que hasta le contó lo que le estaba ocurriendo con la nube, que era diferente, que no podía parar de correr, que todxs estaban extrañadxs y que no sabían qué hacer con ella, ni ella con ella misma.


Pareciera que el rayito había llegado no solo para darle calor, sino también para alumbrar aquello que Anastasia no había visto… resulta que el día que entró la nube por primera vez a casa algo había ocurrido. Thor, su compañero de juegos, su perrito precioso, se había ido al cielo de los perros… Eso le habían explicado. Ella no entendía que era eso ni había pasado nunca por nada similar. Sí entendía que él ya no estaba con ella y su vida no era igual desde aquel momento.


Hablando con el rayito, decidieron que era hora de incluir a la nube en aquellas conversaciones. La nube estaba repleta de sentimientos de amor y cariño hacia Thor, de echar de menos, de recuerdos de él. Entonces, empezó a mirarlos, a llorar más y a correr menos. Miraba fotos de Thor, le hacía dibujos y le escribía cartas, hablaba de él mucho con mamá y papá, incluso en el colegio. Todo se lo contaba a nube, que ahora era bienvenida en su vida. Podía estar triste, podía sentir su dolor.

La tristeza no viene corriendo, aparece despacito y no hace ruido al llegar. No grita, susurra suave. Viene con cansancio y tiene pies de plomo. Es solitaria y no quiere mucha gente alrededor. La tristeza quiere cueva y quiere encuentro con unx mismx. Es pausa, es lentitud, tiene ojitos entornados y húmedos. Es bajarse del tren apresurado de la vida diaria y quedarse en mitad de un prado. Es una gota que resbala despacito por un cristal. No es prisa, ni estrés. No cortisol, ni adrenalina. Es blanda. No quiere distracciones, juegos, tareas, ni músicas estridentes. Es un oasis en medio del desierto.


Es el agua que cae en la tierra y hace que esta se reamontone, cubriendo las grietas que en ella había. La tristeza integra lo que parece inimaginable y lo hace formar parte de nosotrxs. La tristeza es, existe y, cuando ocurre, también quiere compañía y calorcito, mirada y respeto, sostén.

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