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  • Foto del escritorTania Tejero Molina

Lo que empieza, termina y deja hueco

Decir adiós y despedirse forma parte del día a día. De modo continuo experimentamos ciclos finitos, con una apertura y un cierre. Los finales existen y nuestra biografía está cargada de ellos:

Nos despedimos de un buen amigo que se va a otro país (sigue siendo amigo, pero la relación ya no será igual), nos despedimos del cole para ir al instituto (quizás con lxs mismxs compañerxs, aunque ya no será lo mismo), de la época de estudiante para ir a trabajar, de un trabajo para ir a otro, de una casa para mudarnos a otra nueva, de nuestro aspecto juvenil para empezar a vernos arrugas, de cosas materiales que se rompen, del antiguo coche, de la vida sin hijos a la vida de madre y padre, de la vida con hijos a despedir a lxs hijxs mayores que se van de casa, nos despedimos antes de dormir, también de momentos vividos (una excursión que no queremos que termine), se termina una relación de pareja y a veces, despedimos incluso nuestra salud física. Dentro del proceso terapéutico, cada sesión, cada encuentro, constituye un ciclo con principio y final susceptibles de ser vividos.

Principio y fin se suceden una y otra vez caracterizando la vida y la evolución-crecimiento. Párate, respira, hazte consciente de tu mente y tu cuerpo y respóndete a la siguiente pregunta. ¿A qué has dicho adiós en el último mes? ¿De qué etapa, circunstancia, situación vital, etc. te despides? Estos finales abren procesos de duelo a transitar. Si me paro a pensar en un ejemplo que ilustre de lo que hablo, viene a mi mente el cierre de la etapa de primeros 4 meses tras el nacimiento de mi bebé, de cueva (con poca vida social) y vínculo mama-bebé, para volver al trabajo, a reencontrarme con mi yo psicóloga, tras mucho tiempo en contacto exclusivo con mi identidad de madre. Ese mismo día escribí:

Volver, tejiendo un hilo que me une a ti allí donde vaya. Volver, con la mochila ya vacía de "por sis" y llenita de todo lo que conlleva la palabra mamá. Volver siendo una+uno. Volver, como un pajarillo que recién rompe su cascarón, al que el mundo le parece grande. Volver a conectar, al silencio, al vacío que se llena y vacía...ruido, silencio, lleno, vacío... Volver tras 4 meses que hoy cumple mi bebé! Felicidades pequeño. Felicidades a la mamá que vuelve a su trabajo y recorre un camino aparentemente ya transitado, pero que sin duda es un nuevo camino! (11/10/2021)

Fue mi modo de comenzar a contactar con las emociones que afloraban ante “lo que ya no iba a ser” y ante “lo nuevo que estaba por llegar”. Ahora que rememoro me doy cuenta de que este proceso no se quedó en aquel instante, sino que se ha alargado en el transcurrir del tiempo y las vivencias durante meses. En la maternidad, en concreto, estos ciclos se suceden con tanta rapidez que, sumados a la reducción del espacio propio de mujer y persona dificultan la asimilación. Es tanto que integrar y hay tan poco espacio para darse cuenta e integrar.... Este escrito no fue más que el comienzo de una aceptación y crecimiento al que aún no le veo la cumbre.

Desde el punto de vista de la psicoterapia integrativa, la última fase de un proceso de duelo es la resiliencia. Esto significa que, una vez realizadas las diferentes tareas que permiten integrar la pérdida, aparece un nuevo modo de concebir la vida y de vivir. Lo que ocurre es que no podemos saltarnos las tareas intermedias y llegar al aprendizaje. Esta última y reconfortante parte del camino va precedida de sensaciones, emociones y pensamientos que reprimimos. Nos saltamos “tareas” incluidas en una despedida, que van desde resolver asuntos inconclusos, problemas pendientes o decir cosas que no se han dicho, hasta ser consciente del aprendizaje que se extrae de la experiencia y de lo que se queda atrás de unx mismx, pasando por transitar las emociones que aparecen: miedo, tristeza, enfado, ilusión, etc., dándoles permiso y validación.


No enfrentamos nuestros duelos cotidianos (dando lugar a duelos no legitimado, en palabras de Alba Payás) o, en el mejor de los casos, los hacemos precipitada y/o evitativamente. Lo primero que se interpone entre nosotrxs y el adiós es la conciencia. No solemos tener en cuenta estas despedidas como duelos a los que hacer frente, nos vamos sin tenerNOS en cuenta y frecuentemente se generan emociones que quedan incomprendidas y no gestionadas, estancadas en el cuerpo, expresándose de modos no funcionales. Aun teniendo conciencia, aparecen otros mecanismos que nos dificultan la tarea: quitar importancia y pensar que no es para tanto, juzgarnos por sentirnos así ante algo que "no debería ponernos tristes". Otras veces, directamente evitamos hacernos cargo negándonos a aceptar el cierre: "podemos seguir siendo amigxs, cuando termine este curso quedaremos para un café"... O directamente elegimos no irnos por dependencia: "no puedo vivir sin ti". En este último caso, las cosas, las circunstancias y las personas que nos rodean pueden constituir elementos de seguridad sin los cuales creeríamos estar perdidos y damos mil rodeos y nos generamos grandes cantidades de sufrimiento antes de enfrentar el vacío que queda tras la retirada, sin darnos cuenta de que quedarse es más sufrido que irse.


Hagamos una nueva pausa ¿Cómo sueles despedirte y decir adiós? ¿Eres consciente de la importancia que tiene en el día a día? ¿Hay cosas-circunstancias-personas de las que no te puedes despedir, a lxs que permaneces atadx?

La canción Los males pasajeros de Love of Lesbian refleja la angustia del rápido devenir de la vida en el siguiente fragmento “…lo que más me asusta es que no puedo retener ningún momento, ni poder rebobinar, luego encima me disperso y dejo versos inconexos…”.

A mí me lleva a la siguiente reflexión: no tener conciencia del fin, de que lo que empieza termina, conduce a vivir con miedo a perder el tiempo, a morir. Sin embargo, tener conciencia y aceptación de lo finito, de la muerte, regula el miedo (que no lo quita) y cada momento es vivido de un modo más pleno (aclaro: pleno no es igual a feliz, sino presente con lo que hay). Hacerse cargo de lo que supone despedirse, las emociones u pensamientos que se generan en consecuencia es toda una responsabilidad y forma parte del compromiso con el propio bienestar emocional y con vivir con plenitud.


Para terminar, antes de irte, hazte consciente de que este momento vivido está por terminar, decide qué recoges, qué te llevas, qué te aporta; decide también qué te dejas atrás, qué no te gusta; agradece lo que necesites y haz un adiós explícito antes de pasar a la siguiente tarea, honrando este momento, este tiempo, de modo que no caiga en el cajón de sastre de lo automático, de lo no elegido. Date cuenta del hueco, el vacío necesario que deja el final, que abre la puerta a lo que viene.

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