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  • Foto del escritorPatricia Megías García

¿Perfección o autenticidad en la crianza?

Las nuevas maneras de criar y educar que estamos viendo cada vez más frecuentemente en consulta, surgen desde la consciencia de la importancia del vínculo con nuestros hijos y la responsabilidad de que su autoestima y su sentido de valía dependen significativamente de cómo les tratemos.

Entender que los primeros años de la vida de una persona son los cimientos de la casa que está por construirse es un paso de gigantes, cuya responsabilidad están agarrando las nuevas generaciones de padres y madres con el esfuerzo que supone.

Sin embargo, a falta en muchos casos de modelo previo a seguir (recuérdese que venimos del cachete o el chanclazo para hacer entrar en razón al niño), también se observa una tendencia a comportarnos bajo el rol de madre idealizado, el que hubiésemos deseado para nuestra propia niñez. Y eso, más allá de resultar en un esfuerzo agotador y ser imposible de sostener a largo plazo, es: INNECESARIO.


Nuestros hijos no necesitan padres y madres que estén siempre cariñosos, amables, con tono relajado, prudentes, comprensivos y empáticos. A veces sí, lo suficientemente disponibles para ellos y ellas. Pero otras veces, necesitan ver a padres que se enfadan, defienden sus derechos, hacen daño y lo reparan (entiéndase esto con coherencia y sentido común, siempre hablando dentro de unos límites que no toquen el maltrato en sus diversas modalidades), auténticos de manera responsable.


Criar siendo un ser humano real, con sus propias dificultades; poniéndolas humildemente al servicio del aprendizaje de nuestras hijas. Eso posibilita el encuentro real y auténtico entre una madre y su hijo, entre un padre y su hija: saberse seres humanas que a veces hacen cosas equivocadas. Y tienen la capacidad de disculparse y verse. Permitámonos la autenticidad en la crianza, permitámonos salir de la interpretación de un rol, aventurémonos a ser quienes somos y a agarrar la responsabilidad de nuestros límites y dificultades. Porque...

¡Qué mayor proceso de autoconocimiento que permitir que las hijas sean también maestras!

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