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  • Foto del escritorRaquel Yébenes Bahana

La metáfora del teatro

La práctica de mindfulness se basa en un entrenamiento exhaustivo de nuestra capacidad de atención para conseguir enfocarnos en el momento presente y no quedarnos “pegados a los pensamientos automáticos” de la mente. La atención es esa capacidad innata que nos permite percibir. El mundo rápido en que vivimos nos hace olvidar que esta capacidad va más allá de mirar. Su entrenamiento permite desidentificarnos de los pensamientos automáticos y del funcionamiento juicioso de la mente. Ampliar el foco y poder percibir la realidad del entorno, lo sutil, lo simple, el momento presente. La necesidad que emerge en cada momento.


Podríamos decir que la experiencia interna, nuestro “estar con nosotros” puedo basarse en varios niveles.: Un nivel corporal (sus sensaciones, emociones, necesidades) y otro nivel más mental (la mente, sus pensamientos, planes, etc).

Hemos aprendido desde muy pequeños a habitar casi exclusivamente este nivel “mental”, esto nos hace caer en la trampa de tomar cada uno de nuestros pensamientos como la propia realidad. Un error que nos lleva a un estado de sufrimiento. Focalizarnos solo en este nivel obvia e inhibe la información tan imprescindible del entorno exterior y de nuestras señales corporales, información valiosa para poder funcionar de forma correcta. La atención es el foco que hace pongamos luz a los niveles que habitamos. Este foco debe ser flexible para permitirnos la adaptación.


Preguntémonos un instante la siguiente cuestión:

-¿Cuál es la consecuencia de tener un corazón?

Pues lógicamente que produce latidos y estos envían la sangre a todo mi cuerpo.

¿Cuál es la consecuencia de tener un cerebro? Pues también lógico pero olvidado, es tener pensamientos.

¿Cuántos latidos podemos tener en un día? ¡¡¡ Muchísimos¡¡¡ ¿Cuántos pensamientos podemos tener en un día?? La realidad es que muchísimos y no todos ellos se basan en la realidad ni mucho menos en el momento presente. El cerebro es un órgano que nos ayuda a prevenir posibles peligros, establecer objetivos medir consecuencias. Recopila información pasada y produce información futura o posible. Este funcionamiento puede ser nuestro aliado o nuestro enemigo, depende donde pongamos el foco y como interpretemos ese “ruido mental”; si dejamos el foco solo fijado en la mente empezaremos a tomar como real todo lo que acontece en ella.


Es importante tener en cuenta que los pensamientos tienen una naturaleza voluble, son cambiantes, pasan uno detrás de otro como si fueran un telesilla esperando a que los esquiadores suban…si observamos el funcionamiento de la mente nos daremos cuenta que nunca para.

La experiencia mental interna a veces me recuerda a un gran teatro, en el cual, podemos ocupar distintos lugares al igual que en el modo de vivir.

En un primer lugar podemos ver el escenario con sus actores viviendo cada escena, metiéndose en la piel de cada personaje y representando cada experiencia como si fuera real, vemos sus ojos de sufrimiento sus lagrimas o su felicidad como si fueran un hecho.

En un segundo plano podemos ver al espectador. En parte con cierta comodidad, en su butaca pero expuesto a la reacción que le provocan los actores. Vive la escena desde otro punto, puede empatizar e identificarse con los actores y sus discursos. Aunque por muy intensa que sea la reacción al ver el acto siempre permanece en la idea de “es un teatro, es una película”.

En un tercer lugar y totalmente indispensable, el director, el ser, que se ocupa de enfocar en cada momento la parte del escenario correcto, el que elije las ropas y cada uno de los guiones. Permanece en la sombra pero siempre presente, eligiendo en cada momento lo indispensable del asunto. Focalizando lo necesario para cada situación y necesidad.

Estos tres lugares pueden ser habitados por nosotros mismos. Depende en qué lugar focalicemos nuestra atención. En cada lugar la experiencia es distinta.

Cuando vivo mis pensamientos como si fueran reales, obviando su naturaleza cambiante, voluble y fantasiosa es como si me pusiera las ropas y aprendiera los guiones de esos actores encima del escenario. Cada pensamiento se convierte en una realidad inseparable de mi, vivo y actuó bajo ese guion. Así nos metemos en un mundo de actores y actrices que sienten cada acto de la escena olvidando que es una fantasía. Nos focalizamos ahí, nos identificamos con el pensamiento sintiendo y sufriendo cada palabra del pensamiento, tantas veces catastrófico. Nos invade. Dejamos de ser quien somos, de prestar atención a cualquier otro lado de la realidad, siendo un actor dirigido por la escena y el guion (por el pensamiento).

Si aprendemos a observar la mente teniendo en cuenta sus características y su naturaleza podremos sentarnos en la butaca del teatro, del tal modo la escena puede transcurrir (el pensamiento pasa como un telesilla pero yo no me subo en el) y yo soy un mero espectador. Puedo entender de donde nace esa escena pero no identificarme con ella como si fuera el actor viviendo en carnes cada acto.

El tercer lugar, el más sano, que corresponde con la verdadera responsabilidad del ser.

Ser nuestro propio director, saber a qué lugar debe dirigirse el foco para estar en el mundo de la manera más acertada y saludable, saber donde alumbrar. Cuando encender las luces y cuando bajarlas de intensidad. Cuando subir y bajar el telón.


Entrenar nuestra atención nos permite poder pasar de unas partes del escenario a otras, recordar de qué naturaleza estamos hechos y como funcionamos, nos permite habitar el lugar del teatro más confortable. Utilizar a nuestro favor nuestras capacidades innatas para nuestro bienestar emocional y nuestra serenidad mental. El director comprende cada parte del escenario, de la escena, de los actores y del espectador que observa (los pensamientos como aliados, mi mundo corporal y sus señales y el mundo exterior). Convertirnos en nuestro propio director es posible y contamos con las capacidades necesarias para construirnos de tal modo.


No somos lo que pensamos, no somos ese actor, que simplemente actúa.

No somos ese espectador que en ocasiones se estremece, sentado en su butaca.

Somos ese hermoso “ser” que piensa, que focaliza, siente y experimenta.

Somos la complejidad del ser.

Somos el todo.

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